Medea representa todo lo temido por la cultura de Occidente: la mujer vengativa, la despechada, la hechicera, la enamorada, la extranjera, la sabia, y también la madre que mata a sus hijos; todo eso que se pretende infructuosamente reducir a la locura. Medea es la que está dispuesta a todo para evitar que la humillen, porque también a ella la mueve un profundo temor: la risa de los demás frente a su desgracia, prestarse como objeto de la crueldad que goza alegremente. Y no solo está dispuesta a todo, sino que tiene los recursos: conoce la magia. Tiene el coraje y la ferocidad, pero también el conocimiento. La combinación es explosiva.

Enamorada de Jasón, Medea lo ayuda con sus artes a conquistar el Vellocino de oro. Para escapar con él, asesina a su hermano menor, Apsirto, a quien descuartiza para demorar a su padre que debe juntar los pedazos para la sepultura. También cocina a Pelias, que había traicionado a Jasón. Tienen dos hijos, se juran amor en una enigmática ceremonia, pero cuando el rey de Corinto, Creonte, le ofrece a Jasón casarse con su hija Glauce, Jasón acepta la propuesta y abandona a Medea con desafectación. La venganza es quizás la más célebre de la historia: Medea envenena a Glauce, a Creonte, y atraviesa con una espada a sus dos hijos. Este último hecho no debe opacar que ella es, desde el comienzo, la encarnación de la mujer sin límites. Esa carencia de límites alude al deseo de la mujer. La Medea de Eurípides “describe la desintegración del vínculo civilizado a partir de la pasión de la mujer por el hombre” (Pascal Quignard). En lo profundo, la madre terrible no es otra que la mujer sexualmente insaciable, cuya voracidad es imaginada como la más temible amenaza.